Y entonces, rompiendo el
protocolo, y contra todo pronóstico, el señor Salamanca, (IU), se levantó de su
asiento y se dirigió a la concurrencia: “Quiero pedir a todos perdón por estar
aquí sólo hombres en este debate”. Alguien en el patio de butacas se giró hacia
su compañera de asiento y le musitó por lo bajo: “Y ahora es cuando anuncia que
renuncia a ser cabeza de lista en favor de la que va de número dos” … pero no,
“caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Y
así transcurrió la campaña… no hubo nada.
Aquel debate, como ya se ha dicho,
fue un campeonato de lectura, donde se leyeron hasta las réplicas y se concluyó
con aquella frase que el señor Sáez (Podemos) pronunció con perplejidad: “Esto
es cojonudo, todos llevamos lo mismo”. Y ahí nos dejaba, sin darse cuenta, una
clave para entender este tipo de elecciones: los programas no cuentan nada. No
chocará por lo tanto que aquel partido con el programa más vacío y más gris
ganara las elecciones. O sea, que es otra cosa la que se vota, y no, tampoco es
la gestión. El señor Biosca (Psoe) se presentó como el adalid de la buena
gestión, incluso cargó las tintas inventándose una nueva figura impositiva, el
“IBI progresivo”. Pero no queriéndose quedar corto, y en un alarde de
excelencia gestora, tal vez emulando ese “dejadme sólo” del maestro ante los
subalternos, anunció que había bajado el paro en Laguna siete puntos. De haber
estado el empresariado de Valladolid en el tendido de ese coso farandulero de
la campaña, se les habrían salido los ojos de las órbitas. Pues no, la buena
gestión, incluso la artificialmente inflada, tampoco sirve para ganar. El señor
Biosca se ha quedado empantanado en el mismo punto que ya estaba, y la
inflación gestora no ha colado.
Entonces, ¿qué estábamos votando? Pues tal vez
cosas como las que ponía El señor Román Rodríguez sobre la mesa: “Yo he
ahorrado al municipio 150.000 euros en esta legislatura”. Eso sí que es una
carga de profundidad que remueve las convicciones más profundas del votante vulnerable
a las campañas. “Yo no cobro sueldo de alcalde, yo vivo de mi jubilación”.
Solamente esta frase vale por mil campañas. Pongo a su consideración que el
alcalde más votado de España (Estepona) no tiene ni sueldo ni dietas. Pues
nada, señor Román, sólo le falta quitarse las dietas, y en las próximas se lo
lleva todo. Pero cuidado con esto, que de enterarse los prosélitos de la pura
gestión nos pueden colocar un alcalde por subasta para buscar el más barato, y
eso puede tener más peligro que un gato en una autopista. El ahorro, desde
luego puede tener sus inconvenientes. De uno de ellos echó mano el señor
Minguela(PP), informándonos de paso de un nuevo formato de farola, las
luminarias de “derribo”, con las que se había renovado la iluminación del
municipio. Se empieza por unas luminarias y se termina con unos presupuestos de
derribo. Esto es lo que podríamos tener si consideramos las opciones que
ofrecía el señor Biosca: “o vendemos parcelas de los Alamares, o subimos los impuestos,
no hay otra”; sólo con pronunciarlo, le tiemblan las canillas al más pintado. Debería
ser una norma para el que quisiera ganar: no pronunciar la palabra “impuestos”
en una campaña, ni siquiera para decir que los vas a bajar. En el adn político
de un español, “impuestos” va siempre unido a “subir”; hay una conexión
neuronal fatídica.
El trabajo tampoco acerca a la victoria. El señor Álvarez
(Ciudadanos), presidente de la comisión que trató de desentrañar cómo se
dilapidó la sociedad municipal Prado Boyal, afirmó que había sido el único que
había trabajado en la misma. Sabíamos del prestigio de que gozaba la “Peña el
único”, pero desconocíamos que también existiera su versión política… Entonces,
además del sueldo, ¿qué otra cosa le importa al votante aprensivo? Pues le
importan las cosas sencillas… le gusta
encontrarse con el alcalde por la calle y que lo salude; o que acuda a
presenciar el partido que juegan sus hijos o nietos; si a eso le añadimos que
las calles estén limpias, todo lo demás se le perdona. Por supuesto, nunca debe
dejar de asistir a un evento “fotográfico”, que eso es como la gota malaya, que
rinde sus frutos cuatro años después. El señor Román no tiene rival en esos
aspectos. Y además cuenta con el mejor
asesor posible, que de todas estas cosas y de otras que no sabemos le habrá
aleccionado puntualmente, pues de permanecer en la disputada silla algo sabe.
Ya lo saben, olvídense de los
programas, y del sueldo… salgan a la
calle, y por ningún concepto permitan que otro en su lugar reparta las raciones
de tortilla en los regocijos festivos.